El 5 de noviembre de cada año, la efigie de Guy Fawkes todavía se queman en las hogueras de Inglaterra en reconocimiento a su participación en la fallida "Conspiración de la Pólvora " de 1605.
El
"Complot de la pólvora"
400 años después
El
5 de noviembre de cada año -durante 400- y muy especialmente 2005, se
conmemora en Gran Bretaña y en diversos rincones de Estados Unidos,
Australia, Canadá y Nueva Zelanda el llamado
The
Gunpowder’s Plot (“el Complot de la Pólvora”), un atentado contra
el edificio y las instituciones del Parlamento británico que, sin llegar a
materializarse, sirvió de excusa para endurecer la política de
discriminación religiosa contra los católicos.
Durante
este tiempo, todos los niños ingleses y, hasta no hace mucho, también los
adultos vienen recitando la copla: “Remember,
remember, the fifth of November, Gunpowder Treason and Plot.
I
see no reason why Gunpowder Treason should ever be forgot.”
(“Recuerden,
recuerden, el cinco de noviembre, la Traición y el Complot de la Pólvora,
que nunca se olviden.”). O bien esta otra: “Penny
for the Guy, Hit him in the eye, Stick him on a lamp-post and there let him
die.” (“Un
penique para el espantajo, darle en el ojo, colgarlo de un poste, que allí
reviente.”). La palabra “guy”
(ninot, espantajo) coincide con el nombre de uno de los conjurados, Guy
Fawkes, con cuya efigie se levanta una falla a la que se da fuego, entre
petardos y fuegos artificiales, en la noche de cada 5 de noviembre.
Guy Fawkes
El
descubrimiento a tiempo de la conspiración (5 de noviembre de 1605) impidió
el derrocamiento de la dinastía protestante de los Tudor, personificada en
Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, y la entronización de un monarca
católico, previsiblemente su hijo el príncipe Carlos, debidamente
instruido en los dogmas y los misterios de la iglesia de Roma.
La
difunta Isabel I había mostrado una especial ojeriza
contra los católicos, a quienes prohibió ir a misa y
obligó a asistir a los oficios de la iglesia anglicana.
Isabel, excomulgada por el papa en 1570, se había
encargado de ejecutar en 1587 –un año antes de la
desventura de la Armada Invencible- a la reina de
Escocia, para alejar la
posibilidad de un golpe de estado de los seguidores de la iglesia de Roma.
Cuando le sucedió Jacobo I, casado con la reina católica Ana de Dinamarca,
se pensó que se suavizarían las leyes anticatólicas. Ocurrió todo lo
contrario: se endurecieron.
El
26 de marzo de 1604, Robert Catesby, Thomas Wintour, Jack Wright y Thomas
Percy se reunieron secretamente para intentar acabar con la tiranía y la
represión anglicanas. Unas semanas después, Catesby invitó a un quinto
conjurado, Guy (Guido) Fawkes, a entrevistarse con el condestable de
Castilla, Juan de Velasco, que se hallaba en Londres para negociar un
tratado de paz con Inglaterra, después de 20 años de guerra entre las dos
naciones, que sería firmado en el tratado de Somerset ese mismo año.
Tratado de
Somerset entre Inglaterra y España (1604)
Fawkes
tenía una larga experiencia en las artes de la guerra, habiendo luchado en
los Países Bajos en un regimiento de exiliados católicos ingleses bajo
estandarte español. El plan consistía en colocar unas cargas de pólvora
en los sótanos del Parlamento para hacerlas estallar en la próxima
ceremonia de apertura.
Al
año siguiente se unieron al proyecto otros cinco personajes, Thomas Bates,
John Grant, Robert Keyes, Robert Wintour y Christopher Wright.
Posteriormente, se agregaron Sir Everard Digby, Ambrose Rookwood y Francis
Tresham para costear parte de la operación.
Los
trece conspiradores alquilaron una dependencia en los sótanos del
Parlamento donde poco a poco fueron almacenando 36 barriles de pólvora,
aguardando a que el rey abriese oficialmente las puertas del Parlamento a
principios de octubre de 2005 para hacerlos estallar. Pero una epidemia de
peste obligó a aplazar la ceremonia hasta el 5 de noviembre.
Diez
días antes, un noble católico, William Parker, barón de Monteagle y cuñado
de Tresham, recibió una carta anónima en la que se le advertía del
peligro que corría al asistir a la ceremonia del rey. Quizás fuera Tresham
el autor de la misiva, o acaso Robert Cecil, conde de Salisbury, conocedor
desde hacía meses del plan de magnicidio y organizador más que probable,
con su equipo de espías e infiltrados, de un contra-complot dirigido a
descabezar definitivamente la hidra jesuítico-católica-romana.
El
4 de noviembre, Salisbury dio orden al jefe de seguridad para que registrase
el edificio del Parlamento. Allí encontraron a Guy Fawkes ultimando los
preparativos para la voladura. Sometido a tormento, Fawkes reveló los
nombres del resto de los conspiradores.
Holbeche House, el
lugar donde se refugiaron algunos de los conspiradores al ser descubiertos
Algunos
fueron capturados y ejecutados en el acto. Tresham murió poco después en
la Torre de Londres. Sometidos a juicio los demás, entre ellos Fawkes,
fueron ejecutados “en el mismo lugar
que habían planeado demoler”, frente a Westminster, siguiendo la
costumbre con los traidores: “Colgándoles
del cuello sin dejarles morir, seccionándoles
los genitales, echándolos al fuego ante sus propios ojos y, hallándose
aún vivos, destripándoles y arrancándoles el corazón antes de
decapitarles y despedazarles. Luego se expondrían ante el público las
cabezas clavadas en picas y serían arrojados los restantes trozos a los pájaros
para su alimento.” Para asistir a las ejecuciones hubo que pagar
entradas como a cualquier otro espectáculo de masas.
Ejecución
de los conspiradores
Aunque
el sótano donde se almacenó la pólvora desapareció en el incendio de
1834, desde aquel 5 de noviembre de 1605 la guardia del Parlamento ha
seguido registrando el edificio todos los años como preámbulo a la
ceremonia de apertura por el monarca –actualmente, la reina Isabel II-, más
por conservar la tradición que como precaución, existiendo métodos más
modernos para contrarrestar cualquier tipo de atentado.
Las
consecuencias del fallido golpe sobre los católicos no se hicieron esperar.
Se les prohibió servir como oficiales del ejército o de la armada, se les
estigmatizó socialmente y se les privó del derecho al voto, exclusión que
se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX.
Hay
quien se pregunta qué habría sucedido de haber triunfado la conspiración
y muerto el rey Jacobo I. La verdad es que la mayoría de los católicos
desconocían el intento de magnicidio, por lo que seguramente no habrían
podido reaccionar –si acaso con temor a las represalias-. Es difícil
imaginar que los conjurados habrían logrado secuestrar impunemente al príncipe
Carlos, sucesor del rey, como estaba previsto o, en un acto de fanatismo,
acabar con su vida.
Las
únicas consecuencias del atentado fueron –aparte de la ejecución de los
conspiradores y la represión contra los católicos- la celebración del
episodio encendiendo hogueras y quemando efigies de Guy Fawkes todos los años
para dar gracias a Dios por impedir el acto criminal y proteger a su pueblo
elegido -los protestantes- de la conspiración católico-romana. El 5 de
noviembre fue declarado “fiesta perpetua para dar gracias a Dios por
librarnos de los papistas y como muestra de nuestro odio hacia ellos.”
A
pesar de que Carlos I –casado con una mujer católica- quiso acabar con la
conmemoración, los radicales protestantes lograron mantenerla como símbolo
de la unidad y la conciencia protestante. La festividad de Guy Fawkes
adquirió a finales del siglo XVIII una nueva faceta como acto de vandalismo
cuando el pueblo se dedicó al pillaje y a arrancar la madera de las casas y
las vallas para arrojarlas al fuego como combustible.
A
mediados del siglo XIX, el día de Guy Fawkes ya había perdido el
significado patriótico y anticatólico, de forma que el Parlamento tomó la
decisión de retirarlo del calendario oficial, dejando que siguiera como
festejo popular. Con el tiempo, la imagen de Guy Fawkes sería sustituida
por la de otros personajes odiados, como el líder nacionalista irlandés
Charles Parnell, el Papa de Roma, el zar de Rusia, las sufragistas, Adolfo
Hitler y hasta Margaret Thatcher, lo que ha motivado el descrédito de la
celebración, que parece haber perdido su valor histórico. Tony Blair fue
ninot en 2004.
Se
ha interpretado la costumbre de quemar efigies de personajes odiados por el
pueblo, como Guy Fawkes, como parte de un culto pagano que se remontaría a
la antigüedad. No hay que rechazar la posibilidad de que las Fallas
valencianas nacieran como reacción a la fiesta del fuego protestante
anglicano, cuyo objeto de mofa han sido el Papa de Roma y los católicos.
Fiesta de Guy
Faukes en Lewes (Reino Unido)
Sea
como fuera, Inglaterra sigue con su tradición introduciendo elementos
relativamente nuevos como los fuegos artificiales y la costumbre entre los
niños de pedir a los mayores “un penique para el ninot” que
acaban de fabricar. Las medidas de seguridad han obligado al gobierno británico
a prohibir la venta de petardos a los menores de edad. En la trastienda de
la noche de Guy Fawkes se hallan bien presentes la hostelería, el comercio
y, desde luego, los juerguistas.
Visit this website:
http://www.gunpowder-plot.org
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